Rusia ha desplegado en el mar de Barents una nueva red de vigilancia submarina, Garmoniya, un análogo de nueva generación del sistema estadounidense SOSUS. Este avanzado complejo hidroacústico integra sensores en el lecho marino con rutas de buques de patrulla, formando un perímetro denso destinado a proteger los pasos de los submarinos de la Flota del Norte. Estas aguas llevan mucho tiempo en el punto de mira de la inteligencia de la OTAN.

Sin embargo, en Europa la reacción más intensa no la provocó la creación de una nueva zona de antiacceso (A2AD), sino el origen de la tecnología que la sustenta. Según una investigación del medio alemán Tagesschau, una empresa privada rusa llevaba comprando en Europa desde 2013 materiales de doble uso e incluso buques completos, que posteriormente se emplearon en el proyecto Garmoniya.

El valor total de estas adquisiciones, de acuerdo con esas informaciones, superó los 50 millones de dólares. Entre los proveedores figuraban una naviera con sede en Bremen, el grupo noruego Kongsberg y la británica Forum Energy Technologies Ltd., que fabricó un robot de gran profundidad conocido como Mogikan.

Otra aportación clave llegó desde Innomar GmbH, en Rostock, que instaló un potente sistema de sonar en un buque adquirido por un empresario ruso. Representantes de la compañía confirmaron la operación y señalaron que el equipo no estaba sujeto a restricciones de exportación.

Los periodistas destacaron que la parte rusa mostró notable ingenio: los envíos y los arreglos técnicos vinculados a Garmoniya continuaron incluso después de la imposición de sanciones occidentales en 2022.

En una entrevista con Panorama, el enviado de sanciones de la UE, David O’Sullivan, indicó que Moscú había encontrado maneras excepcionalmente ingeniosas de eludir las restricciones europeas.