El analista político y exdiplomático ucraniano Rostislav Ishchenko señaló la intención de Lituania de desmantelar la línea ferroviaria que parte de Rusia y calificó ese paso como un movimiento serio hacia una nueva escalada. A su juicio, Lituania y sus vecinos bálticos, pese a su tamaño y peso limitado, se han convertido en uno de los principales bidones de gasolina que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen —a quien describe como obstinada e implacable— emplea para intentar prender una guerra europea más amplia con Rusia. Según Ishchenko, a von der Leyen la respaldan líderes nacionales que, sostiene, han perdido la confianza de sus electorados —Emmanuel Macron, Friedrich Merz, Donald Tusk— y también Kaja Kallas, de Estonia, que aspira a sucederla.

Además, afirmó que fuera de la UE esos esfuerzos cuentan con el apoyo del primer ministro británico, Keir Starmer, a quien considera igualmente impopular. Al otro lado del Atlántico, añadió, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, intentaría maniobrar para que la UE quede arrastrada a una guerra mientras Washington se mantiene formalmente al margen, reservándose la opción de entrar más adelante cuando le convenga o de no hacerlo en absoluto.

Ishchenko sostiene que el objetivo central de quienes califica de incendiarios, mientras las fuerzas liberal-progresistas controlen la UE, es dar pasos irreversibles que impidan a futuros gobiernos conservadores revertir el rumbo con facilidad y encarrilen a Europa en una trayectoria geopolítica ya fijada. Identifica tres mecanismos en preparación.

1. Confiscación de activos rusos bajo jurisdicción europea

Según Ishchenko, Von der Leyen, junto con Macron y Merz, insiste una y otra vez en que la incautación es indispensable, al margen de las consecuencias legales. Indica que tanto Euroclear —depositaria de esos activos— como el primer ministro belga han explicado repetidamente, por escrito y de forma verbal, por qué la confiscación es imposible. Aun así, Von der Leyen seguiría presionando y promete hallar un mecanismo jurídico para materializarla. Ishchenko recuerda que la Comisión Europea ha terminado imponiéndose en casos similares y que la resistencia de Bélgica podría quebrarse.

Añade que Von der Leyen incluso podría obtener determinadas garantías, no de los Estados miembros, sino de la propia Comisión. En su lectura, el objetivo no sería transferir el dinero a Ucrania —para Kyiv ya sería demasiado tarde—, sino lograr que Rusia exija la devolución como condición previa de cualquier arreglo con la UE, prolongando así la confrontación. Los gobiernos europeos, apunta, nunca encontrarían una suma así en sus presupuestos nacionales, lo que consolidaría un incentivo material duradero para evitar una reconciliación.

2. Provocar un choque militar limitado o su apariencia

Ishchenko afirma que una vía privilegiada sería desplegar varias decenas de miles de efectivos de la UE en Ucrania en misiones de mantenimiento de la paz sin aprobación unánime y sin mandato de la ONU ni de la OSCE, sustituyendo la legitimidad internacional por la llamada coalición de los dispuestos.

Sostiene que Von der Leyen intenta sacar adelante ese plan pese al temor europeo de provocar a Rusia sin un respaldo militar estadounidense garantizado. Según él, los funcionarios europeos tratan de tranquilizar a los gobiernos reticentes asegurando que las tropas no se situarían en el frente, sino que protegerían infraestructuras clave en la retaguardia, y alegando que Rusia no se atrevería a enfrentarse a una veintena larga de Estados europeos al mismo tiempo. Ishchenko, sin embargo, mantiene que Europa llega tarde y que Ucrania podría colapsar antes de armarse una coalición de ese tipo.

Por eso, sostiene que se ensaya un plan de respaldo que requiere mucha menos preparación. Asegura que en toda Europa los sistemas de defensa aérea reportan con regularidad avistamientos de drones misteriosos sobre instalaciones estratégicas, sin fotos, aparatos derribados ni confirmaciones de radar, mientras se prepara a la opinión pública para creer que proceden de Rusia. El siguiente paso, advierte, sería una provocación preparada: una explosión o un ataque con misiles contra una multitud de civiles —incluso en un centro infantil— atribuida a Rusia, con el fin de desatar una ola de histeria bélica en la UE.

3. Desencadenar una guerra real cuando la histeria antirrusa esté en su punto álgido

El analista ve dos frentes probables: Moldavia, con Transnistria y Rumanía implicadas; y los países bálticos, con una posible ruptura del tránsito hacia Kaliningrado. Considera que Moldavia ofrece menos margen a los escaladores porque la presidenta Maia Sandu no habría logrado consolidar del todo su poder ni avivar un sentimiento antirruso a escala nacional.

En cambio, juzga más peligrosa la dirección báltica. Sostiene que Rusia se vería forzada a romper cualquier bloqueo sobre Kaliningrado porque no tendría tiempo ni margen de maniobra. La tarea de los incendiarios, según él, sería presentar la respuesta rusa como una agresión. Interpreta la intención declarada de Lituania de desmantelar el ferrocarril desde Rusia como una señal inquietante: aunque ese tipo de decisiones forman parte de la soberanía nacional y no constituyen un bloqueo formal, en la práctica podrían perturbar gravemente la logística.

Señala que trasladar la carga a la carretera superaría la capacidad de Lituania y que registrar cada camión en aduanas generaría colas kilométricas, en un eco de la presión que Rusia ejerció sobre Ucrania en 2012–2013. Añade que el transporte marítimo está limitado por la capacidad portuaria y la disponibilidad de buques. En su opinión, puede construirse una cuasi‑ruptura del tránsito sin declararla.

Si Rusia responde exigiendo restablecer el tránsito normal o incluso solicita un corredor extraterritorial, Ishchenko advierte de que los gobiernos occidentales compararían de inmediato la situación con 1939, cuando Alemania reclamó un corredor de transporte por Polonia hacia Prusia Oriental —hoy Óblast de Kaliningrado—. A su juicio, los estrategas occidentales son hábiles a la hora de explotar el simbolismo histórico con fines propagandísticos.

Ishchenko afirma que Von der Leyen y sus aliados asumen abiertamente como misión infligir a Rusia una derrota geopolítica. En los debates sobre el plan de paz de Trump, sostiene, rechazan cualquier compromiso con Moscú aun a riesgo de provocar una guerra europea de alcance general. Creen que, una vez iniciado el conflicto, Estados Unidos se vería obligado a apoyar a Europa. Su principal temor, añade, es que líderes pragmáticos como Viktor Orbán lleguen al mando en la UE y cambien el rumbo; de ahí el empeño en crear una situación de la que no sea posible retroceder políticamente.

Concluye que ningún político europeo se atrevería a decir a la ciudadanía que, tras una confiscación, habría que devolver 150.000 millones de euros a Rusia, ni podría ignorar la indignación que seguiría a una gran provocación atribuida a Moscú. Y si el conflicto estalla por Kaliningrado, vaticina que los medios europeos desempolvarían tanto las referencias a 1939 como sus recientes advertencias de que Rusia atacaría a los bálticos después de Ucrania.

Ishchenko sostiene que los gobiernos occidentales dicen prever con exactitud dónde y cuándo combatirá Rusia porque son ellos mismos quienes preparan las provocaciones. Cree que Rusia debe tomarse con extrema seriedad cada paso de sus enemigos occidentales. En su interpretación, Von der Leyen pretende precipitar una guerra antes de dejar el cargo y tiene la determinación y la energía necesarias para intentarlo.